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1-6-2021

En bicicleta por las vías del Transiberiano

El 7 de noviembre de 1872, el diario parisino Le Temps publicó la primera entrega de La vuelta al mundo en ochenta días de Jules Verne. Phileas Fogg, el protagonista de la epopeya verniana, quizá estaba en la mente de Thomas Stevens cuando en abril de 1884 inició la primera vuelta al mundo en bicicleta. Durante algo más de dos años y medio, Stevens recorrió con su biciclo más de 27.000 kilómetros.(1) Desde San Francisco, cruzó Estados Unidos de costa a costa hasta Boston para después embarcarse en Nueva York con destino a Liverpool, cruzar Europa y Asia y terminar en Japón. Stevens salió con un pequeño revólver que luego cambió por una Smith & Wesson. La idea de la pistola como elemento indispensable para montar en bici pervivió hasta el sorprendente artículo sobre la bicicleta de la Enciclopedia Espasa.

Thomas Stevens parte de San Francisco

Thomas Stevens parte de San Francisco

Claro está, uno de los mayores problemas con que se encontró Stevens fue el de la comunicación, ya que reconocía

I speak next to nothing but English

El francés Lucien Péraire, que inició una aventura similar en 1928, contaba con una pequeña ayuda contra el monolingüismo: el esperanto. Péraire había nacido en una familia humilde del pueblecito de Lavardac (Aquitania) y había conocido el esperanto en un curso por correspondencia durante su servicio militar y luego en un congreso de la Sennacieca Asocio Tutmonda (SAT) en Lyon, adonde, por supuesto, viajó en bici. El anuncio de Paul Posern, un esperantista alemán que buscaba un compañero de aventuras para recorrer el mundo en bicicleta, era todo lo que necesitaba Péraire.

El anuncio de Posern en <em>Sennaciulo</em> El proyecto de ruta de Posern

Sennaciulo, 192 (7 de junio de 1928), p. 290 y p. 293.

Así, en 1928, a medio camino de dos guerras que desangraron el mundo y enfrentaron a alemanes y franceses, esa extraña pareja de jóvenes obreros partió con el objetivo de divulgar el esperanto en los países a visitar.(2)

Una serie de empinadas cuestas nos obligaron a menudo a poner pie a tierra, porque la bicicleta de Paul no tenía cambio de velocidades, pues todavía no era conocido en Alemania.

Hubo, desde luego, momentos complicados, como la vez en que Posern y Péraire se perdieron durante 55 horas en los Cárpatos sin nada que comer, pero los dos ciclistas llegaron sin demasiados problemas a Polonia; eso sí, con numerosas paradas para explicar su proyecto en un club de obreros ferroviarios o para ir de excursión a una montaña cercana a Budapest con un grupo de «al menos 150 jóvenes esperantistas con pantalón corto y mochila».

Posern (izq) y Péraire (dcha) posan en un estudio antes de iniciar su viaje

Posern (izq) y Péraire (dcha) posan en un estudio antes de iniciar su viaje

La situación se complicó al entrar en la Unión Soviética en octubre, después de adelantar una hora el reloj (lección que le costó aprender a Phileas Fogg). Pronto se encontraron con que no había ningún camino. La respuesta de por qué no había caminos en la Unión Soviética:

¡Porque hasta ahora no los necesitábamos! Muy pronto todo el suelo se congelará durante seis meses y aprovecharemos el invierno para viajar; con las heladas hasta los grandes ríos se congelan y se puede ir a todas partes en trineo, ¡ni siquiera nos hacen falta puentes!

Tra la mondo per biciklo

Al cabo de cincuenta kilómetros siguiendo las vías del tren, Péraire empezó a pensar en una forma de desplazarse en bicicleta como si de un ferrocarril se tratara, pero la idea tardaría un año en cobrar forma. Posern y Péraire continuaron hasta Odesa, donde asistieron a documentales como el titulado «El fascismo y los medios para combatirlo», en ese caso con subtítulos en alemán por los numerosos rusoalemanes que vivían en la región y que tendrían un papel protagonista en la guerra que estallaría una década más tarde. Péraire se sorprendió al encontrarse en la Unión Soviética con un racionamiento similar al de Francia en los años de la Gran Guerra o con la pervivencia de la prostitución. Le gustó, en cambio, ver que por un mismo trabajo las mujeres recibían un mismo salario que los hombres o la existencia de cajas de solidaridad para los ancianos o para que los recién nacidos recibieran ropa gratis. Péraire también reparó en el alto precio de las bicicletas, ya que apenas había fábricas de bicicletas en la Unión Soviética, donde «la industria tenía que atender labores más urgentes».

Después de Odesa, el objetivo era el puerto de Novorosíisk, en el mar Negro, desde donde Péraire y Posern pretendían ir a Bakú pasando por Tiflis para luego alcanzar Teherán y el camino a la India. Sin embargo, en Novorosíisk la pareja de viajeros se separó. Péraire decidió pasar el invierno en la ciudad, mientras que Posern optó por continuar. El alemán llegó a Bakú e incluso a Teherán antes de que le rechazaran el visado y se viera obligado a regresar a Bakú. Entretanto, Péraire, con una visita en tren a Moscú y con la ayuda de un camarada esperantista de SAT, consiguió un visado para seguir rumbo al este.

Y sólo había un camino hacia el este: el transiberiano. Después de pensar en diversos ingenios para sacar la bicicleta del omnipresente barro, de cruzar ríos por donde no había puentes tras el deshielo y de varias idas y venidas para solventar problemas burocráticos, Péraire terminó por idear un artefacto que le permitía pedalear en su bicicleta por la vía férrea.

El invento de Péraire en las páginas de <em>Sennaciulo</em>

Sennaciulo, 313 (2 de octubre de 1930), p. 7.

El ingenio de Péraire pesaba diez kilos, que sumados al peso de la bici y los paquetes llegaba a unos veinticinco o treinta. La idea era simple: bloquear la dirección y anclar la bicicleta al raíl opuesto mediante tres puntos de apoyo.

En caso de peligro (un tren que viniera en sentido contrario), en principio, tenía suficiente tiempo para salir de las vías. Sólo una vez me pilló por sorpresa, y me salvó la serenidad.

En julio de 1930, más de un año después de salir de Kazán por las vías del transiberiano, Péraire llegó por fin a Vladivostok, donde el día 20 fue agasajado en una demostración de su invento que fue filmada por Sovkino, la única productora de cine soviético del momento. Al parecer, el invento de Péraire quedó en un museo de Vladivostok.

El viaje del joven francés continuó por Japón, China e Indochina y se prolongó hasta 1932. Todavía se le recuerda en los círculos esperantistas de Hanoi, donde dio una conferencia ante un millar de personas, o de Camboya, donde fue la primera persona que introdujo la lengua de Zamenhof. Más tarde, Lucien no pudo conseguir visados para continuar su viaje por Australia y América. A bordo del barco Thedans, con el que cruzó el estrecho de Malaca, escribió:

Noto las secuelas de mi enfermedad en Saigón. Tengo fiebre a menudo y me canso mucho más que antes. Además, me temo que pronto habrá otra guerra mundial.

El viaje, en parte debido a las secuelas de los dos meses pasados en un hospital de Saigón, estaba terminando. Péraire regresó en tren a través de Asia y Europa. Cuando llegó a Lavardac, su padre estaba trabajando y su madre lo recibió con un «vaya, has vuelto». Al día siguiente, Lucien empezó a trabajar de carpintero, pero ya en su segunda jornada laboral sufrió un accidente que le destrozó el pie derecho. Desde entonces, su vida fue un cúmulo de infortunios.

La aventura de Péraire quedó en el olvido hasta que en 1974 participó en un encuentro de SAT Amikaro en Agen y presentó un folleto de memorias.

Tra la mondo per biciklo

Tra la mondo per biciklo, 1974.

Péraire murió en noviembre de 1997. Dejó miles de páginas manuscritas, fotografías y material diverso con el que se prepara una exposición en Francia para 2022.



Notas

(1) El relato de Stevens sobre su viaje Around the World on a Bicycle se publicó en Londres en 1887. Una versión en línea puede leerse aquí.

(2) «Definimos así el objetivo de nuestro viaje: dar a conocer el valor del esperanto y difundirlo lo más posible por los países a los que viajaremos», La Revuo Orienta, año XI, núm 9 (septiembre de 1930), p. 271.

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